
Al pasar entre las barracas iba escuchando sus invitaciones, que no eran gritos humanos, sino suaves arrullos de palomas, voces apacibles que vertían en la calle la serenidad y la calma del claustro. No era el sexo lo que ofrecían desde su monótona reclusión entre los amarillentos resplandores de las lámparas, si no que , como aunténticas moradoras de Alejandría , proponían el olvido profundo de la procreación, a través del placer físico asumido sin repugnancia.
Justine
Lawrence Durrell
Edhasa
El mejor libro sin ninguna duda, sigo releyendolo y jamas me cansa. Que gran acierto.
ResponderEliminarQué buen gusto tienes para la literatura, jodío... Yo estoy pensando poner nombres de mujer a las infusiones de mi carta, como las ciudades de Calvino: Melibea, Artemisa, Pandora... ¡y por supuesto, Justine! Hay una con hoja de cannabis que se presta bastante.
ResponderEliminarGracias wapo. Esa es una idea tuya genial xulo. Me tienes que explicar esa infusión con hoja de canabis...mmmmm!
ResponderEliminaren cuanto vuelvas te vienes a Pelayo y hacemos una cata!
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