Hacía tiempo que me había acostumbrado a la perspectiva de una vida solitaria. Ser pobre, fea y , por añadidura, inteligente , condena en nuestras sociedades a trayectorias sombrías y desengañadas a las que más vale resignarse lo antes posible . A la belleza se le perdona todo, incluso la vulgaridad. La inteligencia ya no se ve como una justa compensación de las cosas , una manera de restablecer el equilibrio que la naturaleza ofrece a los menos favorecidos de entre sus hijos , sino como un juguete superfluo que realza el valor de la joya . En cuanto a la fealdad, siempre se la considera culpable , y yo estaba condenada a ese destino trágico con el dolor que precisamente me confería mi lucidez.
Muriel Barbery
La elegancia del erizo
Seix Barral
Foto: Michael Onona
No hay comentarios:
Publicar un comentario