jueves, 2 de mayo de 2013

Las buenas obras

 
Por el camino presenciaron  una escena costumbrista. Un capuchino barbudo , que descansaba al sol, se sacó una petaca del bolsillo , dio unos golpecitos en la tapa para desprender el rapé, la abrió y hundió dos dedos precavidos. Un cochero saltó desde el pescante con la mano tendida hacia la petaca, como si fuera una pila de agua bendita .Pero el capuchino cerró rápidamente la tapa y pasó la punta de los dedos bajo las narices del hombre , para dejarle aspirar sólo una sombra del tabaco. Después, él mismo aspiró con fruición toda la pulgarada. El cochero estaba tan contento como él .
- Qué pueblo tan admirable! - exclamó el príncipe-Se contenta con nada.
- Creía que sus frailes eran más caritativos- dijo Jacques-
- Son caritativos con los pobres , y seguramente comparten el pan con más equidad.
- Pues yo los veo capaces de alimentar a los indigentes tan sólo con su olor de santidad.
- Se nota que es Usted protestante, mi querido barón...
- Ah! Lo soy tan poco , mi querido príncipe....
- Por desgracia, todos nosotros somos pobres aunque tengamos palacios. Por eso ejercemos la caridad como ha hecho este monje ,cerrando los dedos , para quedarnos con un pellizco que no siempre es copioso. Sin embargo, cada persona tiene su manera de hacer buenas obras. Voy a llevarlo a ver una de las mías , y me extrañaría que se sintiera usted también caritativo.
Se dirigieron a Mergellina , donde los primeros calores - era el final de la primavera- incitaban a bañarse . En una escueta playa , unos chavales , algunos de los cuales no llevaban ni siquiera bañador, se perseguían entre risas . Su alegría y su belleza hacían pensar en los que habían servido de modelo para los pescadorcitos napolitanos de Rude y de Carpeaux , que juegan con una tortuga o escuchan el rumor de una caracola. Los chiquillos se zambulleron para recoger las monedas que les lanzó el príncipe desde lo alto del muelle.
- Para mi, para mí excelencia! - gritaban.
Se hundían en el agua con una voltereta que hacía sobresalir sus traseros y reaparecían soplando agua con los carrillos inflados, como los mascarones de una fuente.
 Naturalmente Jacques imitó al príncipe. Los chiquillos comprobaron admirados que no les lanzaba céntimos , sino liras. Y en seguida vieron que nos las lanzaba al azar, sino que reservaba su generosidad para los que eran más atractivos y hacían las volteretas más complacientes .Jacques oyó que los demás hacían un comentario voluptuoso y desilusionado a la vez :
- El signor sólo echa monedas a los guapos.
Cansados del juego, los dos paseantes volvieron a ponerse en camino.
- Ha visto usted el más encantador de mis casi pietosi.- dijo el príncipe- , pero queda reservado a una época del año.
- Qué suerte, hacer el bien disfrutando ! -dijo Jacques -. Ningún país me ofrecerá mas ocasiones que este.

 EL exiliado de Capri .
Roger Peyrefitte
Egales Editorial
Imagen : Henry Scott Tune


 

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