domingo, 26 de enero de 2014

La experiencia del vacío


Cuando uno llega a Disneylandia por la carretera ( un amigo había convenido llevarnos en automóvil hasta allí y en recogernos por la noche ) , la emoción nace en primer término del paisaje. A lo lejos , de pronto , como surgido del horizonte , pero ya cercano ( experiencia visual análoga a la que permite descubrir de un solo golpe de vista el Mont Sant Michel o la catedral de Chartres) , el castillo de la Bella Durmiente del bosque se recorta en el cielo con sus torres y sus cúpulas , semejante , sorprendentemente semejante, a las fotografías ya vistas en la prensa y a las imágenes ofrecidas por la televisión. Era ese sin duda el primer placer que brindaba Disneylandia: se nos ofrecía un espectáculo semejante al que se nos había anunciado . Ninguna sorpresa. era como ocurría con el Muse de Arte moderno de Nueva York , donde uno no deja de comprobar hasta qué punto los originales se parecen a sus copias . Sin duda allí estaba ( según lo pensé después ) la clave de un misterio que me llamó la atención desde el principio : ¿por qué había allí tantas familias norteamericanas visitando el parque , siendo así que , evidentemente, ya habían visitado a sus homólogos de allende el Atlántico ? Pues bien, justamente esas familias reencontraban allí lo que ya conocían. Saboreaban el placer de la verificación , la alegría del reconocimiento, más o menos como esos turistas demasiado intrépidos que , perdidos en el confín de un mundo exótico cuyo color local pronto los cansa , se reencuentran y se reconocen en el anonimato centelleante del gran espacio de un supermercado 


El viaje imposible 
El turismo y sus imágenes 
Marc Augé 
Gedisa Editorial


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